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viernes, 23 de agosto de 2019

Unicornio.



Érase una vez un Unicornio fuerte, resistente y muy bravo.
Tenía que serlo, ya que vivía en uno de los entornos más agrestes del planeta.
Habitaba en las grandes cordilleras como el Himalaya, los Andes, los Alpes o el Hindu Kush.

Vivía su vida de cinco en cinco minutos, sin importarle mucho donde iba a dormir o que era la próximo que iba a comer.

En verano sudaba y en invierno, tiritaba, siendo consciente de que quejarse de su calor o su frío, no lo iba a mitigar.

No era de manada, pero sí de amigos.
Las manadas le proporcionaban soledad, en cambio sus amigos, sus cinco grandes amigos a los que no podía ver todo lo que quería, le hacían inmensamente feliz.

Sus amigos eran mariposa, tulipán, saltamonte, amapola y abeja.

Aprendió a aceptarlos sin reservas, a ver lo mejor de ellos.

Mariposa se pasaba las horas Meditando y él no lo entendía.
Mejor un café en compañía en Hindu Kush que no una tarde sola en un prado. No?

Tulipán tenía familia.
Corrían grandes aventuras pero a las dos, del mediodía, desaparecía. 

Saltamontes vivía lejos de Hindu Kush pero se llamaban por teléfono.
Una charla telefónica con saltamontes era mejor que el silencio.

Amapola desaparecía, para luego aparecer, para luego desparecer, para luego, volver a aparecer.
Ella era así y Unicornio siempre la aceptó como era.

Y abeja tenía mucho trabajo.
Siempre de flor en flor, siempre recolectando polen, siempre polinizando otras flores, tenía poca disposición para quedar con Unicornio, o para quedar con nadie.

Unicornio hacía su vida.
Cuando tenía plan salía y cuando no, lo buscaba.
Echaba en falta cosas, pero carecía de expectativas.
Solo se centraba, en los cinco minutos, siguientes de su vida.

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