Un reloj.
Hace unos años me compré una caja de relojes por Internet.
La idea era tenerlos todos en la caja, tenerlos a la vista, funcionando y dependiendo del día, ponerme el que más me apeteciera.
Relojes regalados por personas del pasado (nada menos que cuatro), el reloj de mi padre que me regaló cuando estaba enfermo, relojes antiguos de mi padre y de mi abuelo, relojes baratos de verano comprados para ir a la playa y bueno, sin pensarlo mucho decido:
Lotus roto, sin pila con la correa rota de una antigua relación. Tirarlo a la basura.
No me pienso gastar un céntimo en ese reloj. Ni se lo merece ni me apetece.
Dos relojes de playa, sin pila. Tirarlos a la basura.
Y de pronto veo, de pronto, el reloj de mi Comunión.
Me encanta esa visión y me digo… “tío… el que te regalaron tus padres con tanto cariño, el Orient con el que te sentías tan importante a los ocho años…”
A los ocho años, madre mía. Viviendo con mi familia, mis padres y mis hermanos, todos bajo el mismo techo, deseando que fuera viernes para ver el “Un, Dos, Tres,…”, celebrando los Santos, los cumpleaños, las Navidades, pasando los veranos en la playa, saliendo a ver las procesiones en Semana Santa y luego contando los caramelos que me habían dado, teniendo “terrores nocturnos”, de los que solo me tranquilizaba llamar a mi madre y que me dijera eso que dicen todas las madre… “a dormir… que ya está bien”, jugar con mi vecino Esteban, irme a pescar con mis padres… y la verdad, sentí mucha nostalgia de mi infancia.
Últimamente creo que me estoy volviendo g.
He arreglado la bici que me regaló mi padre cuando aprobé octavo de E.G.B.
Ahora quiero limpiarla, pulirla, a ratitos, y colocarla nada menos que en mi comedor… reluciente.
Mi BH Gacela gris plata.
Y con el reloj, lo he llevado a limpiar, le he puesto una correa amarilla y lo voy a llevar en mi muñeca una temporada.
Creo que me estoy volviendo mayor y creo que echo en falta cosas del pasado.
Creo que no pasé la crisis de los 40, que la viví como la posibilidad de comprarme mi moto Triumph, ponerme duro en el gimnasio, tirar de ropa vieja, desgastada y de gafas de sol de la marca Reyban.
Pero creo que he inventado la crisis de los 50, siendo feliz arreglando mi BH Gacela, arreglando el reloj de mi Comunión y ayudando a mi madre en su Cuarta edad.
Me lo dijo mi amigo Félix.
A los 20 años, juegas al futbol, luego te comes un bocadillo de calamares, luego tienes dos veces seguidas relaciones imtimas con tu novia, y luego te duermes tan tranquilo.
A los 30, el primer trabajo, el primer coche, la hipoteca de la vivienda, boda, bebes.
A los 40, más trabajo, más hipoteca, hijos adolescentes.
Pero a los 50, ya no vas a destacar por tu potencia física, ni por estar intimamente dos veces seguidas con tu pareja, ni por tener el estómago a prueba de bombas, ni…, pero podrás destacar si te vuelves una persona entrañable, de esas que lo entienden todo, de esas que no juzgan, de esas que ayudan porque les apetece, de esas que iluminan una habitación cuando entra, de esas que no generan problemas, de esas que todo les parece bien, de esas que simplifican un drama en un instante con las palabras adecuadas… Una de esas.
Y creo que mi reloj de la Comunión, nunca lo hubiera reparado a los 20 años, ni a los 30, ni a los 40.
Es ahora, casi a los 50, cuando no me lo pienso quitar de la muñeca en una temporada.
Y esta es la historia de este reloj.
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