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jueves, 11 de julio de 2019

Apego.


Últimamente leo mucho sobre el desapego y la verdad… no me entra en la cabeza.

Yo me apego, siempre lo he hecho y aunque he sufrido mucho, no me arrepiento de ello.

Me apego a mi madre, que la quiero con locura.
Me apego a mi trabajo, que tanto me da.
Me apego a mis cuatro buenos amigos, que los quiero mucho.
Me apego a mi gata, la que me ronroneaba encima de mi rodilla para que sanara.
Me apego a la Llana, la perra de mi hermano, la que me consolaba en la montaña frente a un desamor con sus lametones sobre mis lágrimas.
Me apego a la vida, no dejando morir a ningún ser vivo así como así.
Me apego a la pareja, que cuando la he tenido, he visto corazones en las nubes, he rejuvenecido, me he sentido invencible y no he dormido de ilusión.
Me apego a no sentir odio ni rencor, que cada uno hace las cosas lo mejor que sabe.
Me apego a ser solidario, que no todo el mundo tiene las mismas oportunidades.
Me apego a mi cuerpo, cada vez que no bebo, como sano, hago deporte, a ese caja que te proporciona movilidad y que te permite estar en tantos sitios que te dan bonitos recuerdos.
Me apego a mi helado diario, a echarle cola cao al yogurt y hacérmelo de chocolate, a los descafeinados con canela, al helado de turrón.

Y en fin, que soy de apegarme.

Es cierto que el apego te hace sufrir.

Todo cambia en el tiempo, lo que ahora te hace feliz, quizás más adelante, te haga infeliz, pero lo que ahora te hace infeliz, seguro que más adelante, va a cambiar y te va a hacer feliz.

Y me gusta apegarme.

Además, prefiero sufrir a ser “un gato de escayola” que controla sus emociones.

Prefiero amar, a no haber conocido el amor.

Y que me gusta el apego, aunque me llene de cicatrices y a veces, me haga sufrir.


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