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lunes, 25 de febrero de 2019

Un cuento.-

Érase una vez que se era.-

Érase una vez que se era, una hechicera que estaba cansada, agotada, hastiada, de vivir en la ciudad.

Los coches, el humo, su gentío… cuando sus antepasadas hechiceras vivían en bosques, bebían de lagos y se bañaban en ríos.

Lo llevaba escrito en su sangre. Necesitaba mucho espacio, para sus pócimas y libros, para sus perros y hámster, para sus tres hijos y encontró la choza más fea del mundo, con unos azulejos… insufribles, con un patio… horroroso, con un pasillo… enfermizo…, pero esto no fue un impedimento para Ruth, la hechicera.

La cabaña estaba ubicada en un medio rural, con unas poquitas cabañas a su alrededor, con una botica, un hechicero, un escribiente (que enseñaba lo básico a los niños), pero estaba muy cerca de la montaña y del mar, y eso a Ruth… la hechizaba.

Fue valiente, decidida y dedicó un mes en acondicionar la cabaña.

Pintó cada habitación de un color. Puso pañuelos de colores por cortinas. Cada rincón lo llenó de plantas y al final de todo, trasladó sus pócimas, libros y lugumentos, a la choza.

La choza dejó de ser “terriblemente fea” para convertirse en “una choza fea”, a secas.

Cuando llevó a sus perros y a sus hámster, llenó la choza de armonía. Su perra Abba guardaba los exteriores de la choza. Su perra Kuka se metía por todos los rincones, matando cucarachas, ratas y hasta culebras. Pero cuando llegaron sus hijos, la choza fea se convirtió en una choza bonita, la más bonita del mundo diría yo, llena de color, armonía y sobre todo, de mucho amor.

La hechicera encontró trabajo como hechicera muy cerquita de donde vivía, junto al mar, teniendo que ir a trabajar a través de un camino que atravesaba la montaña.

Se reencontró con su padre y sintió como los años le habían hecho mella, como no era el hombre que ella recordaba y vio con agrado como ese anciano se había convertido nuevamente en su padre, en un ser senil y dependiente, lleno de sabiduría y de buenas intenciones, en definitiva, lleno de amor.

El encuentro fue muy íntimo, lleno de dudas, de reproches, de rabias y rencores, que ella no decía pero que sentía… pero, la senilidad, la dependencia, la sabiduría, las buenas intenciones y sobre todo… el amor de su padre, fueron invencibles.

Un día pareció un perro con gafas, con poco pelo, muy famélico, vapeaba, con un aliento que siempre olía a fresa.

 El perro tenía la cara redonda, parecía divertido pro su mirada lo delataba. Hablaba mucho con ella. La hacía reír aunque tb la ponía muy nerviosa.

Tenía mucho carácter aunque siempre se dejaba acariciar y arrumacar. Siempre la escuchaba pero Ruth, siempre temía su respuesta.

A veces la enfadaba pero a los cinco minutos, era superior a ella, así que iba junto a él y le decía lo mucho que lo quería.

Al final terminó casándose con el perro porque las hechiceras, siempre terminan casándose con un perro, todos lo saben.

Su padre, senil, dependiente, sabio, con buenas intenciones y con mucho amor, fue quien la llevó al altar.

El perro no se encargó de nada de la boda. Siempre tenía una excusa divertida para no ir a la floristería a elegir las flores, al mesón a contratar el convite, al pueblo a hablar con el alcalde… Pero ella lo perdonaba.

Sabía que no estaba trabajando, sino lavando el carro. Que no estaba visitando a su madre perra, sino en una plaza tomando el sol. Que su hermano perro no estaba enfermo, sino que estaba en la montaña viendo los paisajes y buscando nubes con forma de corazón. Sabía que era así y total, para ir con él, verlo vapear en la puerta, oírlo suspirar y luego sin ver ni escuchar nada de lo que le decía… decir, “lo que tu decidas mi hechicera…”, mejor iba sola o con su madre, tb hechicera.

Pero el amor es así. Se quiere o no se quiere. Los perros son como son, pero rara vez cambian. Y el amor todo lo puede. Con amor, siempre se llega a un buen destino. Con amor, las penas son menos penas y las alegrías, más alegría. Con amor, los defectos son virtudes y las virtudes son megaultravirtudes. Y es que el amor… lo es todo, y sin amor, uno no tiene nada.

La hechicera fue la novia más guapa de la comarca. Su vestido de gasa, su pelo con flores… El perro no parecía el mismo, con un traje de chaqueta, con unos zapatos, perfectamente peinado y… con su habitual aliento a fresa.

Y se comprometieron, y se besaron, y se juraron amor eterno y fueron felices en “la choza más terriblemente fea del mundo”, pero esa choza, con ese amor, lo tenía todo, porque sin amor, uno no tiene nada.

FIN.-


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