Una de esas pelis españolas que tratan los sentimientos, en este caso, de una nieta con su yayo, de unos hijos que tuvieron a un padre duro, de una nieta que tampoco perdona a su padre y bueno, relaciones familiares “intensas” como en toda buena familia.
Un agricultor presume de su olivo milenario, que es una herencia de los abuelos de sus abuelos y que el agricultor conserva con respeto y admiración.
Unos hijos que quieren venderlo a una multinacional por 30.000€, dinero que siempre viene bien para ayudar con la hipoteca, o el préstamo del coche, o una reforma en casa...
El yayo cae en depresión cuando se llevan su olivo, deja de comer, deja de hablar y se quiere morir.
La nieta lucha por ir a Alemania a traerle a su yayo el olivo, para que así sane, ambaucando a su tío y a su amigo en un viaje, con un camión que no es suyo y con una multinacional que no está por la labor de devolver el árbol.
Muchos sentimientos, muchas relaciones familiares con reproches, rencores, rabia... y bueno, una película que me hizo pensar sobre el arraigo a la tierra del agricultor.
Me acosté pensando en mi padre. El heredó de su padre unas tahúllas (1 tahúlla = 1.150 m2 de superficie) de naranjos y limones, a los cuales les dedicaba mucho tiempo.
Con su trabajo de maestro, siempre iba a ver la finca, o bien a las 12.30h a la salida del cole o, cuando llegaba el buen tiempo, a las 17h.
Le gustaba pasearse entre sus naranjos, sabía de qué árbol había que coger la naranja más dulce, utilizaba el agrillo (hierba que sale alrededor del árbol, que lo protege de las heladas, que nunca se arranca y que en primavera florece con unas flores pequeñas y amarillas) como alarma ya que al pisarlo, se chafaba y sabía si el huerto “había sido visitado o no”, cogíamos naranjas siempre de muchos árboles, no de uno, que luego cuando se vendía “a farraso” (por kilos...) los árboles debían tener una buena cantidad de naranjas y bueno, creo que su huerta era su vida.
Le gustaba sentarse en el sillón de su padre y hacer crucigramas en su huerta, la de su padre, con su seat 850 especial a la vista y bueno, con esta película recordé como mi padre cuidaba de su huerta, la huerta de su padre y como sentía un arraigo a esa tierra y a esos árboles.
Él no tuvo una olivo milenario que vender Él tenía una palmera imperial con ocho brazos y con el boom inmobiliario nos la quisieron comprar para ponerla en una de las mil urbanizaciones que existen en la zona y por respeto a su memoria, no la vendimos.
Ahora está todo perdido. Nadie va a vistar las fincas. Todo es de todos y nada es de nadie. Los árboles se han secado. Todos tenemos muchas cosas que hacer antes que cuidar del legado de mi padre y bueno, quizás cuando realmente sepa que tahúllas son de mi propiedad, quizás las plante de naranjo en su memoria y quizás vaya alguna tarde a hacer crucigramas, en el sillón de mi abuelo, teniendo a mi seat 850 a la vista...:)
Esta película me encantó. Como a tí me trajo recuerdos propios de mi propio árbol familiar. Que en mi caso es una palmera... Sé que te lo conté a ti Roberto, pero quizás se la cuente a nuestros amigos, lal historia de la palmera de la Abuela Margarita :)
ResponderEliminarAbrazo :)
Tu pena me dio tristeza, por esas cosas que se pierden en el tiempo, ojalá puedas recuperar tu parte de recuerdos y volver a disfrutarlos, un abrazo Roberto!
ResponderEliminaruna belleza de texto
ResponderEliminarme alegra que os guste. no podría tener seguidores mejores. un beso a todos!!!
ResponderEliminarYo también soy hijo de agricultor. Allí pasé los mejores momentos de mi infancia.
ResponderEliminarUn abrazo.
un abrazo macondo y cuando quieras cuentanos la historia de tu infancia. a mi todo eso me encanta...
ResponderEliminarTu texto conmueve. Toca adentro. Cuánta sensibilidad hemos perido, en el desarraigo con la tierra entrañable. Planta esos naranjos, y siéntate en la mecedora a hacer cricigramas, para que sientas el aliento vital de tu padre, bajo los cítricos. Un abrazo. carlos
ResponderEliminarpues ahora que me estoy haciendo mayor me acuerdo mucho de mi padre y de sus cosas. ahora prefiero mucho más lo espiritual que lo material. un beso vale más que mil palabras y un abrazo más que el oro molido. ahora he aprendido a vivir con muy poco y tengo pocos amigos, pero buenos, de esos que los llamas para decirles que los hechas de menos. quizas ahora un urbanita de oficina y con olor a gasolina sea el momento de hacer estas cosas, de ver crecer los árboles y de pisar la tierra de cultivo. un abrazo carlos.
ResponderEliminar