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martes, 15 de enero de 2019

Ruth... la hechicera.

Ruth… le hechicera.-

Érase una vez que se era, en una aldea lejana y poco accesible, una hechicera que vivía rodeada de grandes perros guardianes, pequeños perros inteligentes y ocho fieros y pequeños hansters rusos que la defendían en las largas y frías noches de invierno.

Su casa era de madera, llena de ventanas que daban a verdes valles, rodeada de montañas, de sol intenso, de nubes azules, de pájaros con mil colores. Vivía custodiada por dos dragones a los que llamaba Esperanza e Ilusión.

Dragones fieros, grandes, de mandíbulas enormes, que escupían fuego por la boca, veloces, habilidosos en su vuelo.

El secreto de Ruth no eran sus pócimas.

Era una pésima cocinera de pócimas.

Hacía pócimas que regalaba a los enfermos y nunca los sanaban.

Pócimas verdes, con burbujas, de posos marrones, de sabor amargo y olor extraño, como a mojado.

El secreto de Ruth era su capacidad de amar, de vivir con intensidad, de hacerlo todo sencillo, armonioso, bonito, de llenar los espacios con mucha luz, con mucha ilusión y de ahí emanaba su poder, de su capacidad de amar.

Era imposible no buscar una excusa para estar con ella. Era imposible no escucharla cantar.

Era imposible no verla bailar. Y de ahí emanaba su poder, de su capacidad de amar.


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