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domingo, 23 de octubre de 2016

La yema de tus dedos




Los ojos de Susana dejaron de funcionar hacía muchos años. Vivía sola desde que comenzó a trabajar en la gran ciudad.  Tenía  un pequeño piso en la zona bohemia y aquella tarde se había convertido en una de esas tardes deseadas para toda jovencita.  Tenía una cita con el hombre que ocupaba sus pensamientos en los últimos meses.

Él era un hombre amable, con una voz cálida, siempre olía bien y sus conversaciones era divertidas y amenas.   Cuando la invitó a pasar la tarde juntos experimentó esa sensación maravillosa que da el amor, las mariposas se apoderaron de ella.   Se puso el vestido más bonito de su armario y se maquilló con tonalidades suaves, se puso uno de los zapatos más bonitos, pero sin mucho tacón para no tropezar el día de su primera cita.

La tarde fue perfecta, él la cogió de la mano y ella se dejó, pasearon juntos por el parque y terminaron en uno de los restaurantes preferidos de Mateo. 
La acompañó hasta la puerta de su bloque de pisos, Mateo la besó, ella no lo vio venir, a pesar del atrevimiento a ella le gustó  y le dijo que si quería pasar a casa.

Aquella primera noche decidieron compartir la cama pero no hicieron el amor. Dormir juntos y compartir conversaciones de madrugada fue lo más bonito y erótico que experimentaron en mucho tiempo.

Por la mañana Mateo se marchó temprano, se vistió y después de entrar un momento al baño la dejó dormida en su cama de plumas de oca.
Cuando ella despertó estiró la mano buscando a un Mateo que ya no estaba, tocó un papel que dejó a un lado. Era una nota que Mateo le había escrito olvidando que ella no podría leerla.  Susana se sentó en la cama y buscó con los pies sus zapatillas que no estaban donde ella las dejó la noche antes.  Mateo las había colocado tras la puerta del dormitorio para que ella no tropezara.  Susana fue descalza al baño. Hizo un pipí y después se acercó al lavabo, abrió el armarito y buscó la pasta de dientes, tardó en encontrarla; en la búsqueda dejó caer la cajita de sombras de ojos y otra cosa que creyó que era la crema hidratante...  Tuvo que buscarla de rodillas porque el bote redondeado rodó por el baño.  Tenía la sensación de haber liado un estropicio.  Mateo en su visita al baño había trasteado en el armarito cambiando las cosas de lugar.  Susana lo dejó estar, pediría a su amiga Marta que echara un vistazo para asegurarse de que el estropicio no era mayor de lo que imaginaba.   
Decidió darse una ducha,  abrió el grifo del agua, sus pies descalzos notaron que en el suelo había agua... un segundo después Susana estaba en el suelo.  Mateo se había duchado antes que ella,   había dejado agua en el suelo y había provocado el resbalón de su amiga.
Ella, maltrecha se levantó y se aseguró de no tener nada roto.  Terminó su ducha y salió a trabajar.


Aquella tarde Mateo la saludó.  ¿Qué tal dormiste, te molesté con los ronquidos?  Preguntó en voz bajita buscando discreción.

* Dormí genial.  Estaba cansada y no he escuchado que roncaras.  Ella sonrió 

* ¿Y como despertarte, viste la nota?  Él preguntó con seguridad. Esperando que le respondiera a eso que le escribió  y que le dejó  sobre la almohada.

* El despertar no muy bueno.  Respondió Susana.  Olvidaste que mis ojos son las yemas de mis dedos...

Mateo lamentó su torpeza.  Escuchó sorprendido como lo que para él fueron gestos absurdos para quien tiene todo su entorno estratégicamente controlado, el mínimo cambio puede ser un caos y descontrol.   Descubrió la naturalidad de Susana contándole  todo el caos que había provocado  y él le pidió disculpa añadiendo que no volvería a ser tan torpe.
Los dos terminaron riendo...


* Bueno y ¿que era lo que ponía en ese papelito?  Susana había mantenido la intriga durante toda la conversación.

* Esta mañana pensaba que la suerte estaba de mi parte, ahora  no se yo...  Parecía resistirse a decírselo.

* ¿Pero que ponía ? dime.  Ella insistió

* Bueno, que estaba muy cómodo contigo y que quería salir contigo todos los días que pudiéramos.  Quería invitarte a cenar a mi casa pero... después de todo lo que he liado...

Ella se rió.  Aceptó. Aquello no  fue más que un estropicio más, Mateo valía la pena, era divertido. Lo quería. Y ambos estaban seguros que pronto encontrarían la armonía. Esa que da la convivencia.

Con el tiempo descubrieron que él tenía más manías que su chica, y que Susana era la que organizaba toda sus vidas, sus ojos dejaron de funcionar pero las yemas de sus dedos la guiaban y le abrian el camino...  Un camino difícil para muchos pero cotidiano para ella, un camino donde poco a poco aprendió a compartir  con el bueno de Mateo.







4 comentarios:

  1. El comienzo de una historia de amor que esperemos continúe por los caminos del cariño y la comprensión, un abrazo Nieves!

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  2. Esta muy chulo nieves. El orden de las personas invidentes y el caos que les provocamos los videntes sin saberlo... y si, no hace falta tener una noche loca para estar con una chica. Vale más la complicidad y el cariño que 10' de m.y s... :)

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    1. Todos cometemos errores ante la invidencia. Yo a veces cuando voy a mis fisios invidentes les indico con gestos... olvidando que la comunicación no verbal no va con ellos. ☺
      Las noches y los momentos más inolvidables son los que se comparten complicidad e intimidad sin esos 10 min. Lo suyo es encontrar esa persona que valga la pena. Esa persona que merezca ese privilegio

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  3. En el amor, las torpezas, a veces nos unen, porque no son deliberadas y enseñan. Un abrazo, amiga. Carlos

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