"En Mongolia, cuando un perro muere, lo sepultan en lo alto de una colina para que nadie camine sobre su tumba. El amo del perro le susurra al oído su deseo de que regrese como humano en su próxima vida. Luego, le cortan el rabo y se lo ponen bajo la cabeza. Le meten un trozo de carne o de grasa en la boca para que su alma se alimente durante el viaje. Antes de reencarnarse, el alma del perro puede errar por los altiplanos desiertos tanto tiempo como quiera..."
El arte de conducir bajo las estrellas.